domingo, 4 de septiembre de 2016

CAPÍTULO 8. EL QUINTO DE BACHILLER. #SIEMPREFUIMAESTRA

Capítulo 8. 
El quinto de Bachiller.




Con el quinto curso, empezaba el Bachiller Superior. Una nueva etapa que comenzaba con mi nuevo look de pelo corto y totalmente a la moda de la época. Pantalón de campana de Cheviot y rebeca larga, aunque para ir al instituto, tenía que llevar el uniforme que tanto me desagradaba. Los altos zuecos de plataforma aún los recuerdo. La tarde de este "posadito" fotográfico, también.


En el curso 1974-75 seguía estudiando por el Plan de 1967, en Enseñanza oficial con Beca. Tenía las siguientes Asignaturas:

Religión, Latín, Griego, Ciencias Naturales, Idioma, Dibujo, Educación Física, Ed. Cívico Social y E.Hogar. 

Este curso no recuerdo quien era mi tutor, ni la clase en la que estaba. El director seguía siendo Don Javier Meier y el secretario Antonio Domínguez.

Una de las novedades del quinto curso, era la división del alumnado en dos ramas: los de ciencias y los de letras. A mí siempre me gustó más y se me dio mejor, las ciencias, pero tenía claro que quería ser maestra y me decanté por las letras. Las matemáticas, era la primera vez en mi vida, que no iban a formar parte de los aprendizajes de este curso.

Otra de las novedades era la nueva materia: griego. Yo estaba emocionada. Al fin, algo nuevo que nunca antes había visto. Rápidamente me aprendí el alfabeto, el nombre y la escritura de las letras... Recuerdo que me gustaba escribir mi nombre con las letras griegas. Luego descubrí, que escribiendo así, casi nadie sabía lo que escribía... 


Día a día, el aprendizaje de esta materia se hacía más fluído y al poco tiempo, ya era capaz de realizar pequeñas traducciones ayudada de mi diccionario de griego. Conservar estas libretas y volver a mirarlas, de vez en cuando, me hacen volver a esa etapa de mi vida. 


¡¡¡Qué importante son los nuevos aprendizajes y cuánta emoción producen!!!





El latín también volvía a ser una de las asignaturas de este año. Seguía gustándome, pero me aburría tener que hacer ese tipo de traducciones.


En quinto, también teníamos francés, así que ... más traducciones... 


Por las tardes, al llegar a casa, la mayor parte del tiempo lo empleaba en hacer las traducciones de latín, griego y francés. 

Nunca entendí porqué no se hacían en clase y porqué al día siguiente, se perdía tanto tiempo en corregirlas. Me aburría muchísimo. Quizás fuera entonces, cuando empecé a entretenerme haciendo este tipo de dibujos...


Otra de las novedades de este curso, que recuerdo con cariño, era la llegada de un nuevo profesor al que todos llamábamos Toni Torres (Antonio Torres García). Un profesor cercano y amable, que era psicólogo. Me daba clases de francés, latín y creo que también de griego. Con él lo pasábamos muy bien, nos reíamos y hablábamos no sólo de las materias. A día de hoy, cuando lo recuerdo con compañeras de clase de esos años, reímos con algunas de las bromas que los chicos más traviesos le gastaban. 

Lo recuerdo muy bien. No era muy alto y en invierno llevaba puesta su "trenca"a la que todos le llamábamos la "nana", porque él parecía que estaba metido en una nana. 

Cuando paseaba por la clase (él era de los pocos profes que no se quedaba sentado en la mesa), algunos chicos le metían los capuchones de los bolígrafos en los bolsillos de la trenca. Siempre sospeché que sabía perfectamente y que se daba cuenta de lo que ocurría, pero no le daba importancia. Hoy, estoy segura que se lo tomaba con humor y se hacía el despistado. 

A mi supo comprenderme desde el primer minuto. Tal vez por eso, es uno de los profesores que recuerdo con más cariño. Sólo estuvo con nosotros ese curso, pero a lo largo de los años, seguí interesándome por su vida. 

Fue durante muchos años alcalde de Lebrija. No pierdo la esperanza de volver a encontrarme con él y de comentarle, que yo también soy psicóloga y que él marcó parte de mi camino. Seguro que le contaré que yo también hago que no veo muchas de las cosas no importantes que suceden cada día en las clases, porque lo verdaderamente relevante e importante, no escapa jamás a mi mirada y a mi corazón.







Este año también continuábamos realizando labores. Aún conservo el creativo álbum que realicé con las distintas labores, que siempre valoraban muy bien las distintas profesoras que impartían esta asignatura.

Toda una prueba de paciencia y trabajo, la realización de los bordados, las muestras, remiendos, pespuntes, vainicas, los zurcidos, la pieza rayada, las costuras y el avispero.


Y en quinto, nuevamente teníamos Dibujo. Me encantaba. El profesor seguía siendo Don Miguel, otro de mis profesores preferidos. Pero la materia de este curso, era más compleja. Había que hacer unas láminas en las que teníamos que trazar la planta, el alzado y el perfil y además, había que terminarlos con el tiralíneas y la tinta china. 

Recuerdo perfectamente como el profesor explicaba y dibujaba en la pizarra la forma de realizar la planta, el alzado y el perfil de alguna figura. No era fácil y una de mis amigas, Nely, no se enteraba bien de como había que hacerlas. Así que yo preguntaba una y otra vez, para que volviera a explicarlo, no porque no me hubiera enterado, sino para que ella lo aprendiera. Yo lo captaba a la primera y se me daba muy bien dibujarlos y no me importaba hacer que Don Miguel lo repitiera. Nely se sentaba detrás mía y cuando la miraba y veía que ya se había enterado, me sentía contenta. Yo siempre le ayudaba en todo lo que ella necesitaba y me encantaba hacerlo. 

Sentada delante mía, estaba otra de mis amigas, Pepi Martín. A ella se le daba genial utilizar el tiralíneas con la tinta china y hacer con él los distintos grosores de las líneas. 

En clase de dibujo empezábamos las láminas y en casa las terminábamos. Nosotras habíamos decidido trabajar en cadena. Yo hacía el dibujo de Pepi y el mio y ella, le daba la tinta china a los dos. Luego, en mi casa, yo hacía el dibujo y le daba la tinta al de Nely. 

Cada una de nosotras le entregábamos nuestro trabajo al profesor. Y ahí venía la sorpresa. A mi siempre me ponía muy buena nota, mientras que a Pepi le ponía un poco menos y a Nely un aprobado. Ninguna de las tres lo entendíamos. A mi me parecía muy injusto. 

Al final del curso y como nota final me puso una Matrícula de Honor. Ya hace bastantes años que entendí perfectamente lo que entonces no era capaz de ver. A Don Miguel le daba igual el producto final que entregábamos. Él sabía perfectamente lo que cada una de nosotras éramos capaces de hacer. 

Estos hechos siempre me han llevado a no mandar deberes para casa y a estar muy atenta a las verbalizaciones que realiza el alumnado sobre las injusticias. Cada día, le repito al alumnado, que los profesores sabemos perfectamente qué hace y qué es capaz de hacer cada alumno, sobre todo, cuando Trabajan en Equipo. 

Hacer los dibujos a esta querida amiga, no era algo raro y ocasional. Siempre a lo largo de toda la escolaridad, he hecho en casa los dibujos que les mandaban en clase a mi hermana, a mis primos, a una vecina, etc. Estos hechos, también han conformado mi forma de ser maestra y a mandar deberes para casa.


Asociado a este curso está también otro recuerdo. Sucedía cada año. No recuerdo exactamente en qué fecha se producía. Un día determinado, nos sacaban a todos los alumnos del instituto y nos llevaban a la puerta de la iglesia y mirando hacia la cruz de los caídos, nos hacían cantar el cara al sol. Yo siempre me situaba al final porque nunca me lo aprendí. Movía la boca como si lo cantara y esperaba que se terminara cuanto antes. Ese año, en ese día, me hicieron esta foto con el uniforme del instituto, pero no recuerdo quien me la hizo. 


Tampoco recuerdo si algún año hicimos alguna excursión. Puedo imaginar que no. Un hecho así lo recordaría. Pero en este curso fuimos a Sevilla. Recuerdo perfectamente cada detalle del viaje, el pantalón que llevaba puesto y cómo me monté en una de las barquitas de remos en la Plaza de España. Pudo ser entonces cuando descubrí que me gustaba mucho salir de excursión, viajar y conocer lugares nuevos.

Cada tarde, además de hacer deberes y estudiar, seguía compartiendo con las amigas momentos de risas y las primeras confidencias sobre el chico del instituto cuyo nombre coincidía con las letras del mío: MEP y que me parecía tan guapo. A ambos nos sacaban a veces, juntos a la pizarra. Era mas bajito que yo y tenía unos maravillosos ojos claros. Mi primera mirada prendida, en unos ojos que me miraban. 

Otro de los entretenimientos seguía siendo ver la tele con las amigas. Ver la tele era siempre un acto social que provocaba el diálogo compartido. La casa de la pradera, era una de las series que veía y que sentía. ¡Cuántas emociones despertaba en mi!

La música en este año va irremediablemente asociada a las canciones de Camilo Sesto, Mocedades, Manolo Otero... A día de hoy, cuando las escucho, soy capaz de recordar la letra de muchas de esas canciones, al completo.

El campo también era una constante en nuestra familia. Nuestra vida dependía de él y no era fácil vivir de él. Yo al campo, pocas veces fui y a vendimiar, alguna que otra, porque realizar las labores del campo, nunca me gustó. Pero siempre quedaron atrapadas en mis sentimientos, esas imágenes de las canastas, realizadas con varetas de olivos, por manos campesinas como las de mi tío Pepe, llenas de uvas y subidas a hombros, desplazándose hacía los serones que llevaba el mulo.

Imágenes que con el paso del tiempo, tuve la gran suerte de inmortalizar en mi primera exposición individual de fotografía.



Finalizada la vendimia, llegaba uno de los momentos que más temía de cada año. Mi padre me decía: "vamos a hacer la cuenta de la uva". Se sentaba junto a mi y con todos los vales de la cooperativa en la mano, me iba haciendo anotar todos los datos. Luego me decía: "Haz la cuenta a ver cuanto dinero es". Yo repasaba una y otra vez la cuenta para no equivocarme. Cuando ya estaba segura de que estaba bien, le decía el resultado final.

Invariablemente y cada año, él me decía: "no puede ser, te has equivocado". Este hecho me molestaba muchísimo porque ponía todo mi interés en hacerlo bien. Por más que le decía que estaba bien, él insistía y al repasarla, él siempre tenía razón. Sin hacer cuentas, sabía perfectamente el dinero que ganaba con la vendimia. No tardé en comprender porqué él siempre tenía razón.



El curso terminaba y nuevamente llegaba el esperado verano. Con él mi vuelta a Matalascañas. Volver a los ranchos en la playa y a vivir unos meses casi salvajes. El sonido del mar por las noches me acunaba. Aún lo llevo marcado en mi corazón. 

Ese verano también hacía de maestra, durante las horas que teníamos que guardar la digestión, con todos los niños y niñas que, sorprendentemente hacían todo lo que yo les proponía y me decían que les gustaba. ¡Cuánto me gustaba verlos contentos!

El 20 de junio de 1975, según consta en mi libro de escolaridad, superaba con buenas notas este curso. 

...CONTINUARÁ...

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